Caminos para la inserción futura de América Latina en el nuevo orden mundial
Hemos aprendido a pensar los proyectos locales, los proyectos nacionales, pero no hemos aprendido a pensar región, a pensar mundo desde la región latinoamericana.
Por Manuel Luis Rodríguez U.
3 Julio, 2022América Latina parece haber estado ausente de la escena internacional, por lo menos desde 2001 con el ataque a los torres gemelas y el inicio del breve período de la unipolaridad, de manera que las primeras dos décadas del siglo XXI la región latinoamericana ha permanecido en segundo plano del sistema-planeta, atravesada por las crisis económicas, los conflictos políticos y la dispersión de las voces de sus líderes.
Probablemente la oportunidad para América Latina de insertarse en el nuevo orden internacional que está emergiendo, dependerá menos del protagonismo de sus líderes y más de la capacidad de los Estados y los gobiernos para construir una visión latinoamericana del mundo, común, diversa y compartida y de la perseverancia colectiva suficiente para concretar ese proyecto, sin nostalgias y con un sentido estratégico y prospectivo de los futuros posibles.
En ese período, se han manifestado dos tendencias profundas en la escena internacional: se han agudizado y multiplicado los conflictos geopolíticos -a lo menos fuera de la región latinoamericana- y la rivalidad hegemónica a escala planetaria se ha acentuado, generando un clima de incertidumbre geopolítica que no se había observado desde antes de la II guerra mundial.
Este breve ensayo aborda algunas reflexiones prospectivas respecto de la inserción de América Latina en el futuro nuevo orden mundial.
El Péndulo de la Alternancia
América Latina es una región pendular.
Cada década aproximadamente, diferentes y sucesivas oleadas políticas e ideológicas llevan a gobiernos y Estados desde un período de gobiernos progresistas, a una marea de gobiernos conservadores y liberales, para regresar a continuación a nuevos gobiernos de signo político de centro izquierda y progresistas tal como se manifiesta en este inicio de la tercera década del siglo XXI.
Hemos aprendido a pensar los proyectos locales, los proyectos nacionales, pero no hemos aprendido a pensar región, a pensar mundo desde la región latinoamericana. Nos han enseñado a pensar en chico y a corto plazo: el desafío intelectual y político es pensar a otra escala y en el mediano y largo plazo.
El péndulo de la alternancia en el poder, que en Europa y Norteamérica -a partir de democracias representativas estables- pueden resultar prácticas y costumbres políticas habituales y de bajo impacto conflictivo, pero que en América Latina en cambio, producen el efecto desestabilizador de un tsunami, donde cada cambio de gobierno arrasa con la administración pública instalada en el gobierno anterior y las políticas públicas operan como si comenzaran desde cero.
La alternancia electoral impacta sobre la continuidad de las políticas públicas y de las políticas de relaciones internacionales de la región en el mundo: alianzas que aparecen y se disuelven faltas de continuidad, cercanías y lejanías que suben y bajan en el termómetro del interés de las cancillerías.
Las políticas exteriores latinoamericanas presentan –en el largo sentido temporal– la imagen de diseños de acción pública internacional que dejan de lado las orientaciones del gobierno anterior e intentan marcar un nuevo sello, que será reemplazado 4, 5 o 6 años más tarde, por los nuevos gobiernos y cancillerías.
En la región latinoamericana, la política exterior de cada Estado dura el tiempo que permanece un gobierno. Después vendrá otra política exterior.
Un rasgo significativo de la política exterior de América Latina –si es que existe una– es la evidente ausencia de orientaciones de mediano y largo plazo, ausencia de prospectiva en la concepción, diseño e implementación de una postura única de la región en el orden mundial.
Los dilemas latinoamericanos de la rivalidad hegemónica
El mundo vive hoy un cuadro de desorden, crisis e incertidumbre geopolítica.
Crisis y conflictos probablemente similares a los de otras épocas de la historia, golpean al mundo y a América Latina con particular virulencia. Pero, lo que debe impresionar al observador hoy, es que asistimos a una combinación de crisis, a una imbricación compleja de crisis y de conflictos acaso inédita en la historia contemporánea. La crisis climática se entrecruza con una crisis migratoria, alimentaria y humanitaria, al tiempo que la crisis sanitaria agudiza la crisis económica y social, ocasionando de paso una crisis política de confianza y credibilidad de los ciudadanos con sus Estados y sus gobiernos.
Pero además, asistimos a una crisis geopolítica ocasionada por la intensificación de la rivalidad hegemónica: una confrontación en múltiples arenas entre las grandes potencias por asegurarse su supervivencia y su dominio sobre las estructuras fundamentales del sistema internacional.
A medida que la confrontación entre Estados Unidos y la República Popular China se vuelve más aguda, más multifacética y por momentos más intensa, el conjunto del sistema planeta avanza hacia una articulación de alianzas, alrededor de dos grandes esquemas de coalición: las potencias occidentales lideradas por EEUU, la Unión Europea y la OTAN, y las potencias orientales o euroasiáticas, lideradas por China, Rusia, India alrededor de la OCS, Organización de Cooperación de Shanghai.
América Latina se sitúa en este juego de alianzas y corrientes, como una región que tiene históricos lazos políticos y económicos con Estados Unidos y Europa occidental, pero, al mismo tiempo se transforma en la región con elevados y crecientes niveles de inversión económica y tecnológica de China, así como su mayor socio comercial.
Mientras se incrementa globalmente la potencia económica y comercial, tecnológica y política de China, el espacio del Océano Pacífico –uno de los océanos con mayor dinamismo de intercambios– se vuelve una arena geopolítica, oceanopolítica y geoestratégica, donde las grandes potencias, Francia y sobre todo Estados Unidos, juegan sus intereses como en un gran tablero de ajedrez.
¿Qué tiene América Latina en este juego global de rivalidad hegemónica? América Latina dispone de considerables reservas de agua dulce, de minerales y recursos energéticos, por algunos de los cuales ya se están disputando los capitales chinos y estadounidenses.
En un esquema global que funciona como «placas tectónicas» que se desplazan a través del tiempo, América Latina debe ser una placa tectónica que se sitúa en el escenario global con sus propios objetivos e intereses.
El futuro de América Latina en el nuevo orden global, no depende de un solo país, ni siquiera de potencias regionales. El nuevo esquema geopolítico global se va a configurar mediante la acción de bloques de países, de coaliciones y alianzas de carácter continental. En el juego geopolítico y geoestratégico de la actual rivalidad hegemónica, son las coaliciones continentales los actores claves, para incidir en la formación del nuevo orden internacional que se está diseñando.
Por lo tanto, América Latina va a influir en el nuevo sistema-planeta que se está formando, en tanto coalición de Estados, en tanto alianza estratégica de naciones y Estados, movidos por un conjunto de intereses comunes y compartidos.
La política latinoamericana puede poner en juego sus intereses sobre la base de dos principios: el desarrollo integrado e intereses regionales.
Desarrollo integrado de América latina
Latinoamérica puede ser un continente desarrollado.
La región dispone de los recursos humanos y naturales suficientes.
La meta común y el interés unánime y estratégico de América Latina en el mundo, apunta a lograr niveles suficientes de desarrollo y progreso, tanto como resultado de la capacidad de cada Estado y cada economía para superar el atraso y la marginación, como de la voluntad política constante de los gobiernos y los Estados para fortalecer la integración y la complementación, a nivel binacional, subregional y regional en la perspectiva de superar la pobreza y el subdesarrollo.
En el contexto de interdependencia que caracteriza al sistema internacional y a las relaciones entre los países y territorios, el salto al desarrollo de los países de la región latinoamericana no ocurrirá porque algún país arrastre a los demás, aun cuando se asuma que vivimos problemas comunes y compartidos, sino porque se habrán construido lazos de acción común, mecanismos de integración y esfuerzos de ciudadanía latinoamericana, suficientes para poder actuar desde una lógica de soluciones compartidas.
Intereses regionales de América latina
El teatro geopolítico de América Latina no puede ser solamente el océano Atlántico o el océano Pacífico, sino necesariamente todo el mundo. En una época de incertidumbre y dispersión, nos encontramos en la época en que los actores nacionales, los Estados nación no son suficientes para insertarse y relacionarse a escala mundial. En el futuro se necesitarán coaliciones múltiples, alianzas continentales como herramientas geopolíticas para intervenir en el nuevo orden mundial que se está construyendo.
La región latinoamericana como actor internacional no dispone de la capacidad ni potencia suficiente como para imponer sus condiciones, precisamente porque no actúa unida en la escena internacional, y por lo tanto su margen de maniobra reside en su capacidad de inserción focalizada, es decir, de establecer marcos de acuerdos multilaterales de interés común con cada una de las potencias globales en juego.
Separados, los latinoamericanos seguimos siendo subdesarrollados. Unidos, podemos ser desarrollados.
Pero, ¿existe una vía latinoamericana al desarrollo?
No son los intereses de las grandes potencias respecto de América Latina los que decidirán en definitiva lo que haremos los latinoamericanos en el orden mundial, sino los intereses comunes de la región, los que pueden hacer fuerza y sentido, desde una óptica de inserción focalizada. Y aquí la noción de focalización se refiere a que es la región latinoamericana la que define cómo y con quienes queremos ser aliados y socios.
Para los latinoamericanos, la paz, la estabilidad, el respeto a los derechos humanos y a la autodeterminación de los pueblos y naciones, la movilidad humana como dimensión geográfica e histórica; la equidad e igualdad de géneros; el cuidado y protección de los recursos naturales, la biodiversidad y el entorno natural; la presencia, proyección y preservación de los espacios antárticos y australes; la primacía del derecho internacional y de la diplomacia como herramientas primordiales para dirimir diferendos y conflictos; el libre ejercicio de las libertades y derechos de los ciudadanos en un régimen democrático y de Estado de Derecho y la necesidad de responder a las aspiraciones de progreso, bienestar y calidad de vida digna para todos, constituyen valores e intereses esenciales.
Para los latinoamericanos como ciudadanos de un continente que les pertenece y portadores de una cultura común y diversa, no es posible el desarrollo integrado sino sobre la base de estos intereses y aspiraciones esenciales.
América Latina es una construcción colectiva, porque es un destino común.
Este ensayo fue originalmente publicado por su autor en Política y Prospectiva